En una entrevista hecha por un entrevistador taurino (Pablo Gómez) a un entrevistado taurino (Diego García-Sayán), publicada en un conocido medio taurino (El Comercio), el 3 de febrero último, se alega una serie de imprecisiones con la evidente finalidad de tratar de defender la vigencia de la tradición española de la corrida de toros en el Perú. Al respecto, para cualquier amante de la verdad, así como de los animales, resulta necesario precisar tres declaraciones afirmadas durante dicha entrevista: 

1. "Suprimir (las corridas) sería un atentado contra el pluralismo cultural"

La historia nos enseña que la cultura no es inmutable, a la vez que el progreso y el desarrollo social supone dejar atrás ciertas tradiciones culturales que implican algún daño o perjuicio, en términos éticos o de bien común. Así se ha suprimido ciertas prácticas que también fueron en su momento tradiciones culturales como la esclavitud, el matrimonio forzado o mutilación genital femenina. De hecho, estas dos últimas siguen practicándose popular y hasta legalmente en algunos países africanos, a pesar de los movimientos que buscan su erradicación, quienes también son acusados de querer atentar contra el mentado pluralismo cultural. En realidad, el único atentado cierto es contra la vida de los 6 toros que tras cada jornada taurina son acuchillados, torturados y asesinados para el regocijo cultural de los asistentes y abonados, quiénes incluso se atreven a llevar a sus niños y niñas a esa fiesta objetivamente sangrienta. Similar masacre se realizó durante siglos en Inglaterra con la famosa cacería de zorros, tradición cultural felizmente suprimida en el 2004 por las autoridades británicas tras -por fin- entender que no es éticamente aceptable ni socialmente saludable mantener costumbres culturales que, en pleno siglo XXI, conlleven la tortura en público de seres vivos y sintientes -cuyo sufrimiento está absolutamente demostrado- para el mero placer de una audiencia que aún no es capaz de encontrar una forma alternativa de entretenimiento, libre de sangre y de violencia contra animales.


2. "A quienes no le gusten (las corridas) son libres de no asistir"

Este es un típico alegato de los taurinos que apelan a una suerte de tolerancia para que los dejen continuar impunemente con su sádico ritual. Se trata de la misma tolerancia a la que apelaban quiénes durante la Edad Media disfrutaban asistiendo a las ejecuciones públicas de condenados a muerte que solían realizarse en plazas y espacios públicos, hasta que la Ilustración los proscribió debido a su extrema crueldad. Tanto la sociedad civil como las autoridades no pueden mantenerse indiferentes ante cualquier tradición que gire en torno al acuchillamiento de inocentes bovinos herbívoros en una arena circular sin escape o salida posible. Al término de cada faena, se sabe que el toro ensangrentado pierde varios litros de sangre tras los puyazos y espadas que lo van atravesando entre aplausos, risas y alcohol. No se trata sólo de ir o no ir, por ejemplo, al coliseo romano; de lo que se trata es de reflexionar y deliberar en conjunto si es realmente conveniente mantener este neo-coliseo romano para la clase de sociedad que queremos construir, basada en valores de paz, solidaridad y justicia.

3. "Los más altos tribunales han sido enfáticos en declarar la tauromaquia patrimonio cultural. Y tema cerrado"

Falso, la tauromaquia -como cualquier otro espectáculo donde se torture animales- es un tema abierto cuya abolición es inminente. En el año 2010, la máxima autoridad catalana -el parlamento autónomo de Cataluña- prohibió las corridas de toros en toda Barcelona. Varios años antes, en 1991, también se abolieron en las Islas Canarias. En Latinoamérica, la tauromaquia también se encuentra casi en extinción. En el 2011, la capital ecuatoriana, junto con otras decenas de municipios, prohibió la muerte del toro en las corridas, tras celebrarse una consulta popular promovida por diversos colectivos animalistas y de la sociedad civil de Quito. En enero último, la ciudad colombiana de Medellín también se declaró libre de corridas de toros, tras la exitosa gestión realizada por su alcaldía para ponerle fin al arponeo de reses como diversión social. Otros países de la región como Argentina y Uruguay también prohibieron las corridas de toros hace más de cien años. Nuestro vecino Chile abolió las corridas de toros ni bien logró independizarse de España, hace casi dos siglos, suprimiendo semejante crueldad, en el mismo decreto que abolió la esclavitud.

Es tiempo que entendamos que "todos los animales, humanos o no-humanos, somos iguales en el único aspecto que es moralmente relevante: la capacidad de sufrir. Los golpes, el maltrato, la tortura y hasta la muerte de animales por motivos de entretenimiento constituyen una aberración para una sociedad que se solidariza con el dolor de los indefensos" (Anima Naturalis).

Como señala el escritor Manuel Vicent en su obra Anti-tauromaquia, la diferencia entre un taurino y un anti-taurino está en la mirada. Mientras que el primero no ve la sangre ni la violencia, sino sólo goza la faena; el segundo sí ve la sangre en primer término y enseguida se rehúsa por cuestión de principio -y de ética- a continuar el espectáculo porque considera que "ningún tipo de belleza o de arte puede estar fundado en esa carnicería previa".

Quedaremos atentos a lo que resuelva próximamente el Tribunal Constitucional -presidido por Marianella Ledesma- sobre esta materia, con la certeza y la confianza que esta cruel tradición cultural, más pronto que tarde, será historia.