El Coronavirus y la necesidad del Estado de Bienestar
No será la ¨mano invisible¨ o el mercado lo que detenga al Coronavirus (COVID-19), sino aquellos gobiernos que -alineándose al modelo del Estado de Bienestar- apliquen medidas rígidas que protejan al bien común sobre el interés económico de ciertos sectores privilegiados.
Si de algo ha servido la tragedia del COVID-19, que lleva casi 25 mil fallecidos, es para dejar en evidencia que el sistema capitalista neo-liberal es -además de inequitativo e injusto- ineficaz para salvaguardar la integridad de la especie humana.
Desde finales de los años setenta en adelante, con Margaret Thatcher y Ronald Reagan a la cabeza, el neo-liberalismo, promovido por Milton Friedman (y sus Chicago Boys), ha gobernado el planeta; desmantelando, desregulando y reduciendo al Estado a su mínima expresión.
Paradójicamente, los neoliberales han acudido a ese Estado debilitado, para pedirle rescates financieros, usar su infraestructura pública o para apoyarse en sus embajadas para promover sus negocios en mercados extranjeros. Otra excepción en la que los neoliberales recurren al Estado -a quién temen, odian y exprimen al mismo tiempo- es para utilizar a la Policía y a las Fuerzas Armadas como si fueran su seguridad privada para cuidar e imponer sus operaciones de turno, en especial, de la industria extractiva.
Pero, salvo dichas excepciones, la agenda neoliberal ha sido clara: Minimizar al Estado, anulando su gasto público y sus servicios sociales, percibidos como meros sobrecostos o cargas económicas siempre ineficientes y prescindibles. Así, sistemáticamente, se fueron privatizando derechos humanos como la salud y la educación de calidad, para convertirlas en simples mercancías con las cuales sus promotores -los grandes grupos económicos- puedan lucrar sin pudor ni límite alguno.
Uno de los resultados más obvios es un sistema de salud público precarizado, en el que las personas en pobreza económica que no pueden comprar su acceso a la salud, mueren a la vista de médicos particulares, quiénes -obedeciendo las reglas de mercado- no pueden atenderlos o salvarles la vida. Es la mercantilización y banalización de la salud humana. Es la condena a muerte que impone el mercado para los pobres que se enferman.
El diseño del neoliberalismo supone que las grandes corporaciones capturen al Estado, mediante el financiamiento de las campañas políticas de sus candidatos, quiénes una vez electos -y cerrando el círculo vicioso- gobiernan para beneficio de sus patrocinadores y no de las mayorías.
No en vano, los países que mejor representan al neoliberalismo, como Estados Unidos, Inglaterra, Chile (donde hasta el agua se ha privatizado) y ahora Brasil, son los países que -cuidando sus mercados- peor han actuado ante la crisis del COVID-19. Mención aparte merece el caso de México que, bajo el cantinflesco liderazgo de AMLO, tampoco ha tomado medidas de protección apelando a la capacidad de resiliencia del pueblo mexicano y a cierta fe en lo sobrenatural.
A pesar que la propia OMS declaró hace varias semanas la pandemia y que la prensa mundial ha venido informando los miles de muertos en China, Italia, Irán, España, así como el incesante contagio hacia el resto de países del mundo, los gobiernos neoliberales de esos países han preferido jugar la carta de la indiferencia y el escepticismo, para así evitar la adopción de medidas preventivas -como el aislamiento social obligatorio o el cierre de fronteras- que puedan afectar la actividad empresarial.
¨La gente va a morir, lo lamento. Pero no podemos crear ese clima, perjudica la economía¨, afirmó Jair Bolsonaro hace unos días en una entrevista . A su vez, ante la presión para adoptar medidas de contención contra la propagación del COVID-19 que bien han funcionado tanto en China como en Corea del Sur (como las cuarentenas o el cierre temporal de comercios), Trump ha insistido en su cuenta de twitter que ¨el remedio no puede ser peor que la enfermedad¨.

Estas declaraciones dan cuenta que la verdadera enfermedad para la ideología neoliberal es la crisis económica. Para evitarla harán todo lo que esté a su alcance, incluyendo sacrificar las vidas que hagan falta, con tal de no parar la marcha de sus negocios y perjudicar el valor de sus acciones.
Queda claro entonces que la naturaleza del neoliberalismo exige priorizar la economía y el afán de lucro sobre la salud y la vida de las personas. Ahora, tarde para contener los brotes, deberán enfrentar las consecuencias de su pasividad deliberada, respecto al inminente colapso de sus sistemas de salud y las muertes que ello ocasione. De hecho, recientemente, la OMS advirtió que ante la falta de acción de algunos países (hace 1 o 2 meses atrás), se desperdició la gran oportunidad para contener al COVID-19. Ahora el costo humano será tanto mayor.
La historia nos enseña que son las grandes crisis las que dejan los mayores aprendizajes. El dolor como el gran maestro. Tuvimos que ser testigos de los campos de concentración nazis y del holocausto de la Segunda Guerra Mundial, para que los países puedan crear y suscribir -conjuntamente- la Declaración Universal de Derechos Humanos, que protege a todo ser humano, nazca donde nazca, independientemente de su nacionalidad, religión, raza, sexo y condición económica.
Entre los derechos proclamados en dicha Declaración se reconoce tanto el derecho a la vida como a la seguridad, que precisamente hoy se encuentran amenazados por el COVID-19. Especialmente en los países gobernados por un neoliberalismo que está demostrando su falta de interés en proteger -no solamente al medio ambiente- sino incluso la vida humana, si es que ello resulta muy costoso en términos financieros.
Es sintomático como para Milton Friedman, gurú del neoliberalismo, la única ¨responsabilidad social de las empresas es la de incrementar sus beneficios¨ o sus utilidades para el goce exclusivo de sus accionistas. Esta mentalidad neoliberal -fundada en la codicia y en un individualismo extremo- representa un peligro para la humanidad, como ha revelado el COVID-19, cuya gran solución supone re-pensar al Estado como uno de Bienestar que, inspirado en los países escandinavos y con un enfoque humanista, esté dispuesto a proteger el bien común y -como fin supremo- la vida humana, por encima de cualquier cálculo o interés económico.