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La incomodidad de la masculinidad tradicional frente a las estadísticas de la violencia de género

Publicado: 2020-06-04

Tras mis dos columnas acerca de la alta incidencia de violaciones sexuales perpetradas por hombres en contra de mujeres y de feminicidios, recibí comentarios de distinta índole. Si bien hubo muchas personas que se solidarizaron y mostraron sorprendidas e indignadas frente a la situación que la mayoría de mujeres peruanas viven día a día, también hubo quienes desestimaron las columnas y dejaron opiniones negativas. Curiosamente, éstas provinieron en su gran mayoría desde los hombres.  

A pesar de basar mis argumentos en estadísticas oficiales, no faltaron los que quisieron relativizar la información. Aunque mencioné que las denuncias desestimadas no llegan ni al 5% (en contraste con un 77% de violaciones que no son denunciadas ante las autoridades por factores como miedo o intimidación); muchas de las críticas insistían en que el análisis era exagerado dado que los casos de violaciones denunciados son mayores a los que llegan a ser sentenciados, o -al menos- sesgado por no mencionar a los hombres violados (6% del total de víctimas de violaciones). En suma, recibí alegatos que parecen provenir más desde la negación que desde la razón.

Ante tal reacción masculina, considero clave preguntarse: ¿porqué tantos hombres se sienten fastidiados y/o interpelados cuando se exponen estadísticas de violaciones o de feminicidios?

Una primera hipótesis nos llevaría a sospechar que los que peor reaccionan son los que en algún momento de sus vidas cometieron actos de esa naturaleza, tentativas o -al menos- fueron cómplices mediante su silencio o indiferencia. En esos casos, el peso de la culpa de quiénes se saben responsables explica su molestia ante la exposición. El sentirse delatados los exaspera. La defensa del oscuro pasado (sino del presente) se activa en automático.

Una segunda teoría alude a quienes han tenido un padre, un abuelo o un familiar cercano que alguna vez estuvo involucrado en alguna situación de violencia similar; en cuyo caso aflora una suerte de lealtad ciega hacia ese ser querido, aunque haya sido el agresor. Ante la afinidad emocional se cierran filas, se increpa o ataca a la contraparte, o -sencillamente- se cae en tal condescendencia que se nubla todo juicio u objetividad al respecto.

Una tercera hipótesis apuntaría a que algunos hombres -lejos de ser agresores físicos o sexuales, ni teniendo amigos o familiares que defender- rechazan que esta data sea develada porque sienten que todo su género o identidad masculina es puesta en tela de juicio. Desde esta perspectiva, cualquier cuestionamiento los incomoda (o asusta), surgiendo -instintivamente- una oposición visceral en ellos. Los machos alfa salen al rescate entre sí, a modo de club de caballeros o de hermandad que no tolera señalamientos. Se ejerce el llamado pacto tácito entre los hombres, también entendido como la complicidad machista.

Sea como fuere, la historia nos enseña que ante los cambios sociales que trae el progreso, siempre aparecen resistencias que tratan de boicotear los avances de la nueva corriente, bajo el entendido que los hará perder algunos de sus derechos o, más bien, sus privilegios de grupo. La tradición que los favorece se defiende cueste lo que cueste.

Emerge entonces una cuarta hipótesis, que explicaría el fastidio de algunos hombres frente a esta temática: quiénes -sin necesidad de excusar sus viejas prácticas, a algún ser querido ni al género que identifican como su única identidad existencial- temen al cambio cultural que reducirá sus privilegios, es decir, al nuevo modo de vida que promueve el feminismo, su equidad en la tenencia del poder y en las tareas del hogar, así como su estadística sobre la violencia de género.

Bajo este enfoque resulta más fácil identificar a ciertos grupos mediáticos reaccionarios que -cual lobby- se organizan para preservar sus intereses. Es notable como se radicalizan ante el inminente cambio que proscribirá sus ventajas o comodidades, aún cuando se sabe que éstas son injustas o se sostienen a partir del abuso y la opresión de otros seres humanos, en este caso, de las mujeres.

La aparición de movimientos extremistas como los angry white men en los Estados Unidos o el crecimiento de comunidades ultraconservadoras o de las distintas iglesias, evidencia esta reacción en cadena. De igual forma, la elección de algunos caudillos populistas de derecha (Trump en los Estados Unidos, Bolsonaro en Brasil y Putin en Rusia), que llevan una agenda que hacen llamar -convenientemente- pro vida o pro familia. En el Perú, el colectivo ¨Con mis hijos no te metas¨ sería la experiencia más cercana a este fenómeno, así como el auge evangelista. El patrón común de todos ellos es la satanización de la homosexualidad (que desafía la heterosexualidad del macho alfa mujeriego) y el desprecio al feminismo (que cuestiona el machismo y el abuso de poder en razón al género).

No obstante, considero que -en realidad- todo esto también puede leerse como una señal positiva, bajo el entendido que se trata del efecto o la consecuencia esperada de la crisis de la masculinidad tradicional, gracias al avance inevitable del feminismo y su gran aporte teórico -tan temido como difamado- del enfoque de género. Esta herramienta permite básicamente distinguir la identidad personal de la biología, liberando -tanto a hombres como a mujeres- de la carga histórica de estereotipos y roles de género, como refiere el especialista en nuevas masculinidades Rixtar Bacete.

Bacete explica en su libro Nuevos Hombres Buenos, que ¨muchos hombres temen tener que vivir en un mundo que ya no es el mismo, que es más diverso e igualitario que en el que nacieron¨. Es sabido lo incómodo que es tener que reconocer los problemas. Preferimos seguir creyendo que todo está bien, que somos perfectos o que -al menos- todo está bajo nuestro control. Sea por ego, por algún mecanismo de defensa inconsciente o por cumplir algún mandato de la masculinidad tradicional aprendida, la tendencia es ocultar el error y así cuidar nuestra sobrevalorada sensación masculina de invulnerabilidad. En realidad, ello es una ilusión, cuando no, una farsa y representa una jaula mental que produce angustia, estrés y -finalmente- ira, que es la antesala de la violencia.

Las estadísticas sobre los delitos de violaciones sexuales y de feminicidios permiten concluir que la violencia es -nos guste o no- un problema de los hombres (respecto a la manera de demostrar su mal aprendida hombría) que sufren las mujeres (así como otros hombres y uno mismo), como refiere el experto en estudios de género, Michael Kaufman, en su ¨tríada de la violencia masculina¨. Si no somos capaces de admitir esto, entonces difícilmente podremos hacerle frente a este grave problema social.

La buena noticia para los hombres -en general- es que la gravedad de la situación implica que -por fin- podamos cuestionarnos, mirarnos al espejo y repensar aquellos sentidos comunes masculinos que siempre hemos asumido como verdades absolutas, dogmas y hasta como designios divinos. Ejemplo de esto serían viejas nociones como que el hombre debe dominar, ser fuerte y no tener sentimientos (sobretodo los asociados a la feminidad, como la ternura, la tristeza o el miedo); en contraposición de una mujer, un niño o un homosexual, a quiénes se juzga -desde un sentido común machista- como irracionales, débiles y sumisos, y que incluso estas características (para no decir estereotipos) estarían predeterminados por la ¨naturaleza¨.

La propuesta no apunta a que como hombres nos flagelemos; sin embrago, es importante que conectemos desde la humildad y la sinceridad con los distintos grados –tanto de contradicciones como de responsabilidades– que nos tocan desde nuestra posición de privilegio. Es imperativo que cada hombre examine cómo contribuye -consciente o inconscientemente- a reproducir los patrones y estereotipos machistas, para desde este reconocimiento cuestionarlos y desarrollar una manera alternativa, más equitativa, decente y armoniosa de encarnar la identidad masculina.

Como refiere Bacete, si acaso esta temática la -enfocamos correctamente- representa la ¨extraordinaria oportunidad de transformarnos a nosotros mismos¨, pues si así nos atrevemos a plantearlo: ¨otro mundo es posible y necesario, y otras masculinidades, también¨.


Escrito por

Manuel Bartra

Abogado especializado en derecho animal


Publicado en

manuelbartra

Abogado laboralista especializado en gestión humana con enfoque de género.