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La retórica taurina

A partir de la prohibición municipal de usar Acho para maltratar animales

¨Puede que no sean tan inteligentes como nosotros, pero conocen el dolor, el miedo, la soledad y el amor. También ellos pueden sufrir, y también ellos pueden ser felices¨. Yuval Noah

Manuel Bartra

Publicado: 2020-09-12

Ante el histórico acuerdo municipal del pasado 31 de agosto, aprobado por la gran mayoría de regidores de Lima para prohibir que los locales bajo su administración directa o indirecta (esto incluye a la plaza de Acho a través de la Beneficiencia) sirvan para espectáculos donde se maltraten animales, los aficionados taurinos -más irritados que nunca- han salido públicamente a refunfuñar toda su narrativa. 

Tras la penosa experiencia de escucharlos, podemos notar que básicamente apelan a 6 argumentos fallidos: i) diversidad cultural; ii) no atentarían contra ningún derecho; iii) no habría maltrato animal; iv) libertad individual; v) generan trabajo; y, vi) permitirían que el toro no se extinga.

A continuación comentaré críticamente cada una de estas 6 excusas:

1. Diversidad cultural: Los taurinos alegan que si se prohibieran las corridas (como ya se ha hecho en todo el mundo salvo por solo 8 países, incluyendo al Perú) se atentaría contra la ¨diversidad cultural¨ pues se trataría de una manifestación cultural que el Estado debe proteger. Insisten en que celebrar su tradición formaría parte de su identidad cultural, así que hasta los niños tendrían el derecho de presenciar cómo torturan y matan animales sintientes por mero entretenimiento.

No obstante, que cierta actividad sea tradicional o forme parte de una cultura, no la convierte en una práctica necesariamente positiva, sana o virtuosa. Prueba de esto es la tradición del apaleamiento de focas bebés que se sigue practicando en la costa este de Canada; o incluso, la tradicional mutilación genital femenina que aun existe en algunos países en Africa oriental. Estas prácticas -a pesar de sus obvias diferencias- son también manifestaciones culturales. Al final, todas las costumbres -incluso las más aborrecibles- son tradiciones allí donde se practiquen.

Felizmente, las culturas no son eternas, sino que varían a la luz de las nuevas ideas que trae el progreso. Como sostenía el filósofo español Jesús Mosterín, ¨la cultura no es una realidad estática, sino dinámica, y cambia constantemente, sometida a diversas influencias, una de las cuales es la crítica racional

Precisamente, fue el pensamiento crítico lo que llevó a Inglaterra, tras varios siglos de tradición, a prohibir su famosa cacería de zorros. Asimismo, con la llegada de la Ilustración, se prohibió la traumática tradición de ejecutar a delincuentes en plazas y espacios públicos por la violencia que suponía dicho espectáculo.

Ergo, que las corridas de toros se practiquen en el Perú desde hace un par de siglos, tras haber sido impuesta por los españoles durante la Colonia, no supone -felizmente- que tengamos que tolerar ello por siempre. El solo hecho que sea tradicional o cultural, no las hace incuestionables ni superables, más aún si dicha tradición afecta o perjudica el derecho de terceros, incluyendo al bien común.

2. Las corridas no atentarían contra ningún derecho: Los aficionados al arponeo de mamíferos rumiantes también alegan que la tauromaquia no violaría ningún derecho. Es tal su ensimismamiento y gozo en la faena, que no son capaces de reparar en lo que ello significa, no solamente para el toro acuchillado, sino para las personas que sí les importa los animales y su bienestar. Tampoco parecen ser conscientes del peligroso mensaje que transmiten para la niñez y la sociedad en general: los animales como simples cosas que podemos violentar para nuestra diversión. Es lo que la historiadora colombiana, Diana Zapata, llama la ¨instrumentalización y cosificación¨ de lo viviente, ante la reducción a categoría de objeto -acaso inerte- de un ser sintiente. Es triste el afán de los taurinos por hacer de la muerte violenta de un animal un espectáculo incluso apto para niños.

Queda claro que los taurinos ignoran que existe el derecho a una vida sin violencia, a tener una cultura de paz, así como el principio del interés superior del niño/a (que supone ajustar nuestra conducta para optar por lo que sea más beneficioso para ellos) y, por último, el deber legal que tienen nuestras autoridades de proteger a los animales frente al maltrato y la crueldad por parte de nuestra especie.

Comentario aparte merece el intento de algunos taurinos en apoyarse en uno de sus aficionados más populares, Mario Vargas Llosa, para sugerir que la tauromaquia congregaría lo más honorable de la sociedad. En realidad, lo único que ello revelaría es el sadismo del señor Vargas Llosa. En todo caso, si de personajes ilustres se trata, también podemos encontrar -en la orilla opuesta- a auténticos notables que rechazaban tanto el maltrato animal al punto que se rehusaban a comer animales, generalmente torturados previamente a su muerte. Entre los ilustres vegetarianos encontramos, por ejemplo, a Albert Einstein, Nikola Tesla, Thomas Edison, Isaac Newton, Leonardo da Vinci, Tolstoi, Kafka, Nietzche, Rosa Parks, Jane Goodall, Krishnamurti, Sócrates, Pitágoras y, por supuesto, Mahatma Gandhi. Cada quien elija en qué bando prefiere estar. 

3. No habría maltrato animal: Aquí los aficionados a la tauromaquia muestran todo su cinismo y desprecio por la verdad, al intentar negar que lo que le hacen al toro durante las corridas es maltrato. Basta constatar el abundante sangrado del animal causado por las múltiples heridas punzo-cortantes que le producen los banderilleros (con sus palos con puntas de acero) o los picadores (con la garrocha que le clavan desde el caballo), sin siquiera llegar al momento en que el torero le incrusta una espada de casi un metro por el dorso hasta perforarle algún órgano. Ni bien muerto o incluso estando el toro agonizante, le arrancan las orejas o el rabo como trofeos para los matadores ante una ¨buena¨ jornada. En realidad, no hace falta ser un genio para comprender que cualquier animal dotado de un sistema nervioso central, que es sometido a esos fierrazos y arponeos, percibe dolor y -por ende- se configura la crueldad.

Si en lugar de un animal, estuviéramos hablando de una roca o de un tronco, podríamos dar por cierto lo afirmado -tendenciosamente- por los taurinos para justificar su cruel hobby. Sin embargo, con solo observar las heridas y la afectación producida en la piel, músculos, ligamentos, nervios y órganos del toro, es innegable que se trata de una experiencia -cuando menos- dolorosa para el inocente bovino. 

De hecho, como afirma el catedrático en bioética de Princeton, Peter Singer, en su libro Liberación animal los animales tienen la ¨capacidad para sufrir no solo por daños físicos directos, sino por miedo, ansiedad, estrés¨, entre otras variables, que los llevan -indefectiblemente- a experimentar sensaciones de dolor (canalizadas a través de su sistema límbico), que son observables incluso en el comportamiento que muestra el animal.

Por si nuestro raciocinio elemental falla o lo queremos nublar arbitrariamente, están disponibles -incluso en internet- diversos estudios científicos y neurológicos que -para total certeza- demuestran lo evidente: el toro -como ser sintiente- sufre durante las corridas y negarlo -a pesar del daño, los cortes, la hemorragia y las diversas señales fisiológicas indicativas de dolor (diámetro pupilar, cambios posturales, frecuencia cardiaca) es -simplemente- una necedad absurda.

4. Libertad individual: Los taurinos invocan también el derecho a la libertad individual (sino libertinaje) como defensa para su sangriento pasatiempo. Este es, quizás, el alegato que mejor refleja la mentalidad de la mayoría de ellos. Como se sienten contentos posando en las plazas y celebrando ese hispano ritual, entonces solo eso importa y si al resto le afecta, entonces exigen tolerancia. Apelan entonces al lema de ¨prohibido prohibir¨, siempre que se trate de prohibir lo que les gusta (bajo un enfoque especista). Es el concepto de libertad que nos imponen, que más parece un anarquismo libertario, donde no existen límites ni ponderaciones.

Precisamente, para tratar de eludir cuestionamientos, los aficionados a esta tradición la comparan -torpemente- con deportes como el fútbol, como si en los estadios se perforarán mamíferos con armas blancas por regocijo.

Si tanto valoran lo que entienden como libertad, entonces ojalá pudieran considerar también la libertad del toro antes de encerrarlo y forzarlo a defenderse en esa arena circular sin escape posible, donde lo esperan esos hombres en mallas que lo van provocando e hiriendo -una y otra vez- hasta su muerte.

5. Generan trabajo: Esta es otra excusa de corte populista para tratar de persuadir a sus detractores que los dejen trabajar y ganarse la vida maltratando animales. Se trata del mismo argumento que utilizaron, por ejemplo, los comerciantes de esclavos antes que se aboliera -para su pesar- la esclavitud. La semejanza resulta sintomática; de hecho, el libertador de Chile, Bernardo O´Higgins, abolió la esclavitud y las corridas de toros en un mismo decreto. En todo caso, como decía Mosterín, ¨es pintoresco defender la tortura porque da de comer al verdugo¨. Estamos seguros que -con creatividad y disciplina- podrán encontrar otros oficios que no supongan torturar a nadie. 

6. Evitarían la extinción del toro: Sin duda estamos ante el más desvergonzado de los alegatos taurinos, pues fungen -momentáneamente- de animalistas y afirman ser los salvadores de la especie (cuya población, por cierto, se calcula en nada menos que 1,400 millones entre toros y vacas). Aseguran que sin sus corridas el toro se extinguiría, desapareciendo de la faz de la tierra. En este punto, suelen sacar en cara que durante años engordan al ¨salvaje¨ toro herbívoro.

Por supuesto, omiten decir que el único fin de ello es para -llegado el momento- someterlo a la tortura de las corridas, con lo que no solo recuperan su inversión sino obtienen las ganancias que para ellos justifica todo, incluyendo causar sufrimiento -entre aplausos- a un animal que sangra y agoniza conforme lo van burlando y acuchillando hasta que cae abatido. La ausencia de compasión por parte de los taurinos hacia el animal sufriente es asombrosa, y también indignante.

Esta es, en resumen, la retórica empleada por los taurinos para tratar de justificar lo injustificable. Son sus pseudo argumentos para pretender validar lo que es éticamente indefendible. Sea como fuere, a pesar de sus excusas e influencias, nunca podrán evitar ser percibidos como describió el naturalista Alexander Von Humboldt, cuando decía que ¨la crueldad hacia los animales es signo característico de los pueblos degenerados; de la gente ignorante y vulgar

Gracias al reciente acuerdo del Consejo Metropolitano de Lima, los aficionados taurinos tienen ahora la oportunidad para repensar sus gustos y elegir actividades recreativas que no impliquen hacerle daño a un ser sintiente. Felizmente, cada día tenemos la opción de ser mejores personas, lo cual exige reparar en nuestros hábitos y costumbres, más aún, si estas implican celebrar el dolor ajeno.


Escrito por

Manuel Bartra

Abogado especializado en derecho animal


Publicado en

manuelbartra

Abogado laboralista especializado en gestión humana con enfoque de género.