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La tradición de la mutilación genital femenina

Publicado: 2020-10-14

Pocas prácticas demuestran tan claramente la vigencia del patriarcado -entendido como el sistema sociocultural de dominación masculina sobre las mujeres- como la mutilación genital femenina (en adelante, MGF), también conocida como ablación del clítoris. 

Esta tradición, que tiene siglos practicándose y que persiste sobretodo en África oriental y algunos países del medio oriente, se realiza contra niñas -de 5 años de edad en promedio- con la cruel intención de eliminar el placer sexual que sentirían cuando se desarrollen como mujeres. Según la creencia patriarcal, mediante la MGF los hombres pueden controlar la ¨temida¨ libido femenina. En los alrededor de 40 países donde aún se practica la MGF, la sexualidad es concebida -entonces- como un patrimonio exclusivo de los hombres. Mientras ellos -los sujetos- gozan, ellas -los objetos- sólo pueden procrear.

El procedimiento de la MGF consiste en el corte -total o parcial- del clítoris y, a veces, también de los labios menores vaginales (escisión) y hasta los labios mayores (infibulación). Estas incisiones -realizadas generalmente con una hoja de afeitar común y sin siquiera anestésicos- suelen provocar hemorragias e infecciones, que en ocasiones cobran la vida de las niñas. Paradójicamente, a veces la peor suerte reside en las que sobreviven esta traumática intervención debido a las secuelas físicas, psicológicas y emocionales que deben arrastrar hasta el final de sus vidas.

Amnistía Internacional ha informado que cada año cerca de 3 millones de niñas son ¨clitoridectomizadas¨ y según la especialista en género francesa, Séverine Auffret, ¨la escisión afecta en la actualidad a más del 90% de las egipcias¨. En países como Somalia o Guinea, predominantemente musulmanes, casi el 98% de las mujeres habrían sido mutiladas. UNICEF ha estimado que en la actualidad son 200 millones de mujeres que han sufrido la MGF. Para el 2030, se calcula en casi 70 millones más de niñas que habrán pasado por esta sanguinaria tradición, que está registrada desde tiempos de Heródoto, cinco siglos a.C. Es decir, nuestro mundo viene permitiendo esta costumbre patriarcal hace, al menos, 2500 años de indiferencia cómplice y criminal. 

Es una auténtica tragedia que la MGF se perciba como una suerte de pre-requisito matrimonial, pues solo con el clítoris mutilado se aseguraría que la mujer llegue virgen al matrimonio y -según la mentalidad patriarcal- se mantenga fiel. Por supuesto, los matrimonios son forzados, de modo que las niñas o adolescentes son entregadas por el padre al esposo, quienes normalmente tienen la misma edad y practican la poligamia (el hombre puede tener varias parejas o esposas, pero -descaradamente- no al revés).

Aunque los rituales de la MGF suelen ser ejecutados por mujeres, siempre hay una orden masculina, en la voz del patriarca de cada familia, que impone y exige la mutilación genital de sus propias hijas. Solo así, se volverían mujeres ¨decentes¨ o ¨confiables¨ y, por ende, cotizadas en el rentable mercado de los hombres deseosos de adquirir una esposa joven, fiel y sumisa. O acaso, otra más.

Pese a que la tendencia en los países apunta a ir prohibiendo la MGF, recientemente en Egipto -a modo de muestra- la milenaria práctica fue restaurada por los Hermanos Musulmanes. Lo más frustrante es que, aunque los países promulguen legislaciones que la prohíban, en la práctica dichas leyes son -a veces- letra muerta, pues lo cierto es que -desde la clandestinidad- se siguen llevando a cabo pues se trata de una cultura enraizada en las comunidades, que defienden su tradición y exigen tolerancia ante la comunidad internacional. 

Lo más perverso, más allá de la carnicería que se hace de la vagina de las niñas, es la intención que subyace detrás de la MGF, como herramienta aplicada para abolir el orgasmo femenino -como experiencia- y por ende, el deseo mismo de las mujeres, como posibilidad. Bajo el entendido que los deseos son vehículos del pensamiento, entonces la mutilación no es sólo respecto al clítoris, sino que se dirige a someter el deseo y así ¨controlar¨ el pensamiento femenino, al peor estilo de la pesadilla orwelliana.  

La desgracia -histórica- de la MGF es la prueba irrefutable de la existencia de un sistema patriarcal que, a través de la violencia, somete y subordina a las mujeres. En realidad, forma parte de la misma lógica de la violación sexual, de la trata de mujeres, de los feminicidios, del acoso callejero, del hostigamiento sexual laboral y de la prostitución como mercantilización del cuerpo de la mujer para el usufructo del hombre con suficiente dinero para hacer suyo ese cuerpo que ansía someter. En todas estas prácticas -ilegales o no- prima la autosatisfacción egoísta del hombre que instrumentaliza o reduce el género femenino a la categoría de meros objetos que existirían para su goce personal.

A los hombres orgullosamente machistas -que abundan en nuestro país y en el planeta- les vendría bien el simple ejercicio de tratar de colocarse en los zapatos y en el espíritu de las mujeres que cosifican, violentan y hasta mutilan. Se llama empatía y solo supone el esfuerzo de dejar temporalmente de juzgar todo desde su comodidad y privilegios, para imaginar -aunque sea por un instante- cómo sería esa misma realidad que producen si uno estuviera del otro lado, en la orilla opuesta, en la piel del otro o -mejor dicho- de las otras.


Escrito por

Manuel Bartra

Abogado especializado en derecho animal


Publicado en

manuelbartra

Abogado laboralista especializado en gestión humana con enfoque de género.