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Nombrando lo innombrable: Acerca del lenguaje inclusivo

¨Si no me nombras, no existo¨. Anónimo. 

Manuel Bartra

Publicado: 2021-02-21

Según el poeta mapuche Elicura Chihuailaf, en la cosmovisión de su pueblo siempre se ha venerado lo que llaman ¨la fuerza de lo innombrado¨. Esto significa que en lugar de limitarse a lo que -convencionalmente- ha sido designado, para dicho pueblo originario el desafío está en tratar de nombrar aquello que todavía no ha sido nombrado y que sólo con su nombramiento comienza a existir.

Consideran que sólo así se puede ir avanzando en el conocimiento y en el desarrollo humano, en el entendido que mientras no seamos capaces de abrazar lo que ha sido sistemáticamente excluido, seguiremos estando incompletos, divididos y, de alguna manera, disminuidos en nuestra existencia. 

Esta idea, sobre la necesidad de reconocer lo obviado y desde su nombramiento posibilitar su existencia, ayuda a entender el propósito del lenguaje inclusivo: procurar el uso de términos y fórmulas gramaticales que -en vez de sólo referirse a lo masculino- visibilicen también -esencialmente- al género femenino. No obstante, su uso despierta -desde la mirada hegemónica- tanto rechazo como desprecio.

Para corroborar el desdén que este lenguaje provoca en personas -generalmente hombres y de la tercera edad- basta con ver el video que hace poco difundió un actor de telenovelas locales, donde descargaba toda su incomodidad ante una mesera que -viendo al actor y a una amiga- los había saludado -conjuntamente- bajo la forma neutral de ¨chiques¨, en un intento de hablarles de forma inclusiva.

La falacia empleada en el video para deslegitimar al lenguaje inclusivo consistió en exigir que -para su uso- se abogué por todas las causas sociales y/o se incluya a todos los grupos marginados o con alguna discapacidad. Así que si se quiere visibilizar simbólicamente a las mujeres en una expresión que fonéticamente las excluye, ergo se exige que también desarrollemos canales de comunicación para los invidentes y de señas para las personas con sordera.

Todo el paquete social completo como requisito para poder usar el lenguaje inclusivo. Fuera de lo absurdo del requerimiento, es evidente el error en creer que los activismos o intereses sociales son concurrentes, exigiendo que se defiendan todos en simultáneo o ninguno. Ello equivaldría a invalidar la labor de los ecologistas por no atender también el problema del racismo. O increpar a los rescatistas animales por no dedicarse a aliviar la hambruna en zonas marginales.

Más allá del alegato empleado para tratar de desestimar al lenguaje inclusivo, es curiosa la rabia que -desde los sectores menos progresistas- se despliega contra dicho lenguaje. La acogida que tuvo en redes el referido video y las reacciones negativas que provocó -como insultos, comentarios despectivos, burlas machistas y homofóbicas- prueban ello.

Es sabido que con empatía se resuelven o, al menos, se comprenden mejor los problemas. Ayuda entonces el ejercicio de imaginarse cómo reaccionarían esos mismos hombres que tan valientemente se burlan del lenguaje inclusivo, si -invirtiendo la figura- el lenguaje oficial asumiera en toda referencia a la "mujer" al "hombre", o si cuando se emplea " todas" se sobreentiende que los hombres estamos incluidos o absorbidos de forma implícita.

En cualquier caso, es claro que los más conservadores perciben -acaso con temor- al lenguaje inclusivo como una deformación repudiable del lenguaje oficial decretado desde Madrid, por la Real Academia Española, que en sus más de 300 años de existencia, apenas tuvo un 2% de directores académicos (mejor dicho, académicas)  mujeres. Bajo una dirección predominantemente masculina, esta entidad española se niega a reconocer la nueva realidad del lenguaje.

Pero lo que la Real Academia Española y sus seguidores parecen no entender es que -les guste o no- ¨el lenguaje es un hecho social y que por tanto muta¨, tal como precisa la escritora argentina Lucía Lijtmaer en su libro Ofendiditos. Lo mismo ocurre con las culturas, que no son eternas ni inamovibles, sino que van variando a la luz de las nuevas ideas que trae el progreso y sus movimientos sociales.

El filósofo vasco Jesús Mosterín refiere -al respecto- que ¨la cultura no es una realidad estática, sino dinámica, y cambia constantemente, sometida a diversas influencias, una de las cuales es la crítica racional¨. De modo que ni el lenguaje ni la cultura son leyes absolutas que no puedan trastocarse. Finalmente, la realidad las supera irremediablemente.

De modo que -si nos atrevemos- es posible concebir al lenguaje no solo como un conjunto de reglas rígidas dictadas en otros tiempos, sino -más bien- como la forma de expresarnos política o empáticamente. Es decir, incluyendo en nuestra voz a minorías o colectivos históricamente discriminados, como son -por ejemplo- las mujeres o la comunidad LGTBI.

Lo interesante del lenguaje inclusivo es que -al igual que el lenguaje oficial- no son realmente obligatorios (salvo quizás ante un examen escolar de castellano), sino que prevalece la libertad de quién decide emplearlos, de acuerdo a su propia sensibilidad y visión del mundo. Tampoco se trata de elegir entre su uso o su repudio. Podemos respetarlo sin valorarlo. Incluso celebrarlo y no usarlo.

En todo caso, lo básico es entender su propósito y sus variantes (todos y todas/tod@s/todxs/todes). Innegablemente, implica una reflexión acerca del potencial del lenguaje, sus sesgos implícitos  y sus impactos simbólicos, conscientes o no. Si consideramos que el lenguaje condiciona el pensamiento (y viceversa), conforme hablamos vamos transformando la realidad que nos rodea.

Este potencial transformador explica el intento de ciertos poderes en prohibir  aquellos lenguajes que sentían amenazaban el status quo que imponían  violentamente. Desde los conquistadores españoles que -aspirando a una castellanización general- pretendían la extinción del quechua en el antiguo Perú, hasta el esfuerzo del dictador Franco por erradicar el catalán, siempre habrá quiénes -en su afán de sometimiento- busquen callar toda voz que no sea la suya.

Felizmente, el lenguaje inclusivo representa una forma de resistencia que, al usarlo libremente, nos permite cuestionar y desafiar -a través de la comunicación- al poder hegemónico, cuando éste pretende seguir ignorando y excluyendo lo que ha sido arbitrariamente invisibilizado a lo largo de la historia. Es la fuerza de lo innombrado que, por fin, se nombra y así va transformando nuestro mundo.


Escrito por

Manuel Bartra

Abogado especializado en derecho animal


Publicado en

manuelbartra

Abogado laboralista especializado en gestión humana con enfoque de género.