La poesía ecológica de Raquel Jodorowski ante la crisis climática
¨Mira dónde se vienen a morir los hombres. Mira dónde suben a luchar como nube organizada. Vienen a abrirle un ojo a la montaña. Ahí siembran sus vidas entre palas y fusiles. Viejos y jóvenes, de coraza roja, corazón de altura. Cuando la montaña de a luz, gritarán los enterrados como un verde huracán.¨ Fragmento del poema ¨América en la Tierra¨ de Raquel Jodorowsky.
Como reseñaba la poeta chilena-peruana Raquel Jodorowsky, hubo un tiempo en el que nuestros ancestros hacían ofrendas -pidiendo permiso o incluso perdón- antes de servirse de la naturaleza. Se sabe de historias, alrededor de todo el mundo, en las que las personas no tomaban nada sin antes reconocer -ritual de por medio- que lo que está en la naturaleza no nos pertenece realmente, sino que al ser creaciones naturales no podían asumirse como meras propiedades.
Bajo dicho enfoque, resultaba imposible reducir a la categoría de bien o simple mercancía, un bosque, un desierto, una laguna o un cerro. En lugar de concebirse como objetos, se reconocían como sujetos o seres, cuya existencia tenía un propósito mayor y superior a la codicia individual o de grupo.
Y es que en dichos rituales, hoy olvidados, se rendía culto a aquello que existe antes que nosotros y que forma parte de un todo que nos transciende. Se develaba así el respeto que el ser humano debe a lo sobrenatural, y que al interactuar horizontalmente con la naturaleza, podíamos conectarnos tanto con nuestros prójimos, como con uno mismo.
Era, pues, un encuentro espiritual y -al mismo tiempo- una oportunidad para reflexionar sobre nuestras acciones de forma más consciente y admitir -con franqueza y humildad- nuestra responsabilidad frente a un frágil equilibrio que debemos cuidar. Pero para una sensibilidad especial como la de Jodorowsky, estos rituales eran también poesía.
De hecho, fue -precisamente- ante el ritual que practicaban unos trabajadores mineros aymaras antes de internarse en un socavón, donde descubrió y se enamoró de la poesía, que nunca más dejaría. En sus relatos, la poeta cuenta cómo quedó hechizada ante el sentimiento que embargaba a los mineros por saberse, de alguna manera, profanadores de Apus, que -poco a poco- iban destruyendo para extraer sus metales preciosos.
Ya sin ese pesar ni conciencia, la devastación es más violenta y lo más peligroso es que, aunque algunos prefieran obviarlo, la destrucción de la naturaleza nos condena junto con ella. Peor aún, si se da al ritmo actual que -a pesar de la pausa por la pandemia- nunca antes en la historia fue tan intenso para los ecosistemas.
Un informe reciente del WWF advierte que ¨estamos destrozando nuestro mundo, el único lugar al que podemos llamar nuestro hogar, arriesgando nuestra salud, seguridad y supervivencia en la Tierra¨. El informe titulado ¨Planeta Vivo 2020¨ precisa -como dato sintomático- que los animales silvestres ¨están en caída libre¨, mientras seguimos destruyendo selvas, ¨diezmando hábitats y agotando la vida marina con la sobrepesca¨ industrial, entre otros atentados contra la naturaleza.
Ante tal situación, que nos acerca a nuestra propia extinción, se requiere menos industria extractiva y más planificación territorial que excluya las áreas sensibles donde no cabe la explotación. Menos ganadería industrial y más agricultura comunitaria. Menos voracidad y más sabiduría, menos afán de lucro y más poesía.
En tiempos modernos, donde lo sagrado y lo colectivo parece sucumbir -día a día- ante lo mercantil e individualista, resulta esencial rescatar aquellas lecciones, como la transmitida por nuestra gran poeta, que nos recuerdan la imperativa necesidad de vincularnos de una manera distinta con la naturaleza, que existe con nosotros y no para nosotros.