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La tragicómica vigencia de la mentalidad colonial

A propósito de la denominada Barne-Boda

¨La teoría racista, justificadora de la dominación feudal, se transformaría en una ideología justificadora de la dominación [colonial]¨. Buonicore, 2009.

Manuel Bartra

Publicado: 2022-04-17

José María Arguedas (1911-1969), acaso el mejor escritor peruano de todos los tiempos o, al menos, el que mejor supo describir -con su especial sensibilidad- el problema del indio desde la literatura, publicó en 1965 uno de sus cuentos más populares: ¨El sueño del pongo¨. En realidad, se trata de un antiguo relato popular recopilado magistralmente por Arguedas.

Según este cuento, el pongo era uno de los tantos sirvientes indígenas que le debía leal obediencia a su patrón, el gran señor de la hacienda. Mientras que el pongo era ¨pequeño, de cuerpo miserable, de ánimo débil, todo lamentable; sus ropas viejas¨, el señor hacendado era -en contraposición- poderoso, mandón, agresivo, burlón y también devotamente religioso.

De hecho, tal como describe el relato, el patrón gozaba humillando al sumiso pongo frente a toda su servidumbre. En presencia de todos, le gritaba, lo obligaba a que se arrodille ante él, incluso lo cacheteaba y le exigía ponerse en cuatro patas, ladrar y correr -de un lado a otro- imitando así a un perro para su perverso regocijo.

¨Ladra, le decía. (…) El patrón reía de muy buena gana; la risa le sacudía el cuerpo (…). Golpeándolo con la bota, sin patearlo fuerte, el patrón derribaba al hombrecito sobre el piso de ladrillo¨ de la casa-hacienda. ¨Recemos el padrenuestro, decía luego el patrón a sus indios, que esperaban en fila.¨

Aunque al final del cuento, el pongo logra sublevarse -felizmente- ante el patrón y le da una lección, lo interesante de este cuento es que transmite la esencia del rol tradicionalmente ejercido por los grandes dueños del país; así como la dinámica social entre éstos -como clase dirigente- y los sectores populares y, a la vez, más vulnerables.

Ante una suerte tan desigual, podría pensarse que una brecha tan profunda sería fuente de compasión y solidaridad hacia los menos afortunados. Sin embargo, lo que -más bien- ha predominado históricamente es apatía y desprecio, además de un profundo racismo que ha nutrido y facilitado tanta explotación y abuso durante largos siglos.

Así, el cuento de Arguedas cumple una función social al revelar la base del sistema socio-cultural que rigió en el Perú desde la Conquista en 1532. Es necesario reconocer que la llegada de los españoles significó toda una tragedia para los pueblos originarios, pues rápidamente comenzó el engaño y la opresión sistémica a los indígenas. Incluso negaron que los indios tuvieran alma y acaso humanidad, para luego esclavizarlos.

Aunque los peruanos, en mayoría, descendemos tanto de españoles como de indígenas, no por ello podemos caer en el cinismo de negar que nuestro antepasado -sino padre- español violentó brutalmente a nuestro padre indio. Hacer país no sólo implica pagar impuestos y gritar los goles de la selección, sino también reconocer nuestra historia con honestidad para saber qué heridas curar y no volver a abrir.

Aunque, afortunadamente, los tiempos han cambiado y se han ido asentando valores democráticos y de justicia social, como los de la Revolución Francesa: libertad, igualdad y fraternidad, así como lo ratificado en la Declaración Universal de los Derechos Humanos; no obstante, aún arrastramos esa herencia colonial que algunos se rehusan a deconstruir reflexivamente y, por el contrario, se aferran a ella cual tesoro virreinal.

Como clara muestra de este triste legado que aún palpita en algunos círculos privilegiados, tenemos la -ya célebre- #BarneBoda, cuyas imágenes se han viralizado para vergüenza nacional. Se trata del matrimonio entre la hija de Alfredo Barnechea -conocido por rechazar con desdén un trozo de  chicharrón en su fallida campaña electoral- y un español con un título nobiliario concedido por la corrupta y decadente monarquía de su país.

En uno de los videos publicados en las redes sociales, aparecen los novios caminando románticamente por una calle del centro de Trujillo, junto a sus selectos invitados, mientras -a su alrededor- unos indios -descalzos, con el torso desnudo, taparrabos y atados con una soga- son desplazados en fila.

Aunque el espectáculo contratado pretenda representar la Danza de la Soga de los Moche como supuesto homenaje al pasado precolombino de esa región, como alegan algunos escuderos de la grotesca exhibición; en cualquier caso, no es posible obviar el simbolismo colonial implícito que denota festejar a partir de episodios de opresión, sufrimiento y esclavitud.

Otro video muestra cómo mientras camina la pareja, a su paso van quedando sentadas en el piso unas mujeres disfrazadas de indígenas de la época, ocupadas en tareas domésticas y acaso forzadas. Aunque es obvio que no ha habido mala intención por parte de los novios, es también evidente que producir -más aún en el espacio público- escenas protagonizadas por indios oprimidos, en contraste con la opulencia y el derroche de la boda ¨aristocrática¨, agrava las heridas del abuso y la desigualdad que están lejos de ser curadas en nuestra quebrada sociedad.

Por ello, parecería que los pongos del cuento de Arguedas aún viven e incluso son utilizados como decoración para las frívolas fiestas de la alta sociedad, que -a pesar de todo- todavía no logra comprender que celebraciones así sólo refuerzan estereotipos raciales y recrudecen viejos conflictos culturales. En un país cimentado sobre el despojo, se requiere un enfoque crítico, sobretodo cuando -día a día- se siguen reproduciendo las asimetrías que -precisamente- fracturaron, desde su origen, al Perú.

No hacia falta mucha perspicacia para anticipar que una puesta en escena de esa naturaleza en un contexto semejante, levantaría un abrumador repudio como -en efecto- ocurrió, y no debido a presuntos complejos sociales o a un indigenismo mal entendido, sino por la conciencia tomada por quienes han aprendido que la historia del Perú está atravesada por la violencia y la discriminación ejercida contra la población indígena.

En realidad, solo hace falta un poco de sensibilidad social o un grado mínimo de empatía hacia quiénes -históricamente- han sido marginados o humillados, para comprender que hay símbolos, representaciones y relatos que debemos cuidar para honrar nuestra memoria colectiva como país que, gracias al sacrificio de miles de compatriotas, dejó de ser una colonia española hace más de 200 años, para pesar de algunos.


Escrito por

Manuel Bartra

Abogado especializado en derecho animal


Publicado en

manuelbartra

Abogado laboralista especializado en gestión humana con enfoque de género.