Lo que la industria porcina y, por extensión, nuestra especie humana hace con las cerdas es francamente repugnante. No hace falta ser vegano ni animalista para indignarse ante la tortura a la que se somete a las cerdas para que produzcan cada vez más crías. Todo por más jamón y chicharrones, a mayores utilidades para esta codiciosa industria.

El ritmo productivo que imponen es infame e intolerable. Pero lo peor -sin duda- es la inmovilización a la que fuerzan a las cerdas al encerrarlas en jaulas donde apenas caben, durante sus meses de gestación y de maternidad (o periodo en el que dan de lactar).

Aunque las cerdas podrían vivir igual que un perro, unos 15 años; la industria sólo les permite vivir, a lo mucho, 3 años. Al margen de todos los años que les privan, lo verdaderamente terrible es la calidad de vida en esos miserables 3 años.

Lo cierto es que al mes de nacidas, los y las cerdas son destetadas y separadas de su madre, a quien nunca más verán, pues ella continuará siendo explotada hasta que su cuerpo aguante. 

Tras 6 meses, cuando las cerdas ya están fértiles, son inseminadas natural o artificialmente vía una sonda. Por ser primerizas, este proceso dura hasta 21 días. 

Tras esto se inicia el periodo de gestación -que durará unos 4 meses- para lo cual son encerradas en una jaula denominada de gestación, que literalmente las inmoviliza pues ni siquiera pueden darse la vuelta. Allí, sin posibilidad de girar, comerán, defecarán, dormirán, orinarán y gestarán en el mismo lugar y posición.

Como es obvio, al estar encerradas así, las cerdas se encuentran físicamente impedidas de realizar cualquier conducta instintiva, como caminar, hurgar, revolcarse, jugar, anidar o incluso, voltearse. Es como si les estuviera prohibido moverse. Así no queman calorías y por tanto demandan menos alimento. La tortura sirve a los industriales para ahorrarse alimento.

Para lograr esto la industria fabrica estas jaulas a la medida del cuerpo estándar de una cerda (60 cms de ancho x 1.8m de largo x 1m de alto), de modo que al ingresar quedan atrapadas y casi inmovilizadas durante unos 10 meses por cada año (dado que son 2 camadas por año). Ergo, viven enjauladas así cerca del 80% de sus vidas.

Esta inmovilización prolongada -casi permanente en realidad- produce en la cerda -desde luego- ansiedad, miedo y sufrimiento, además de lesiones, llagas, cojeras y, en general, dolencias y problemas musculares, óseos y hepáticos. Como no es difícil imaginar, así, su vida es un auténtico infierno.

Este infierno se repite una y otra vez, pues tras los 4 meses de gestación, en la víspera del parto, la cerda es trasladada a otra jaula inmovilizadora, igual de grotesca, pero con una variante en el diseño para que queden echadas permanentemente a disposición de la docena de cerditos que suele tener por parto.

En esta jaula de maternidad, la cerda es retenida 1 mes más, hasta que le quitan a sus bebés y tras apenas unos días de intervalo es nuevamente inseminada para repetir -sucesivamente- los ciclos de gestación, maternidad e inseminación, hasta el final de su martirizada vida.

Cuando finalmente su productividad de lechoncitos decae a los 3 años, es llevada al matadero. Habrá dejado como saldo para beneficio de su amo humano, más de 70 cerditos entre sus 6 o 7 ciclos productivos. Muere, literalmente, para volverse jamón y -por fin- ser libre de este perverso sistema de explotación y enjaulamiento inmovilizador.

Felizmente ya circula en redes una petición ciudadana para que el Perú siga el camino de otros países que ya prohibieron el uso de estas jaulas inmovilizadoras. Aquí el enlace para ser firmado en segundos y así hacer fuerza para detener esta brutalidad. Existe también una web "Perú sin jaulas" que sirve para informarse más y seguir esta noble petición.