La mala leche
¨Debo combatir el dolor de los otros porque es dolor, como el mío. Debo obrar en bien de los otros porque son, como yo, seres vivos.¨ Shantideva
La leche de vaca es -y debería ser- sólo para sus propias crías: los terneros. Toda mamífera, incluyendo la humana, produce leche materna solamente cuando está por dar a luz a fin de alimentar a su bebé. Sin embargo, nosotros -los humanos- nos apoderamos de esa leche ajena, hecha para otros bebés.
Previamente, se insemina brutalmente a las vacas -una y otra vez- en ciclos continuos sin tregua, para que produzcan la mayor cantidad de leche que luego comercializa la industria láctea. También le inyectan -a diario- hormonas de crecimiento (e.g. BST) para que aumenten su producción de leche (hasta en un 20%), lo cual también causa en las vacas enfermedades (mastitis) y lesiones (llagas) por los pinchazos diarios.
A las pocas horas del parto, la industria separa -para siempre- al ternero de su madre. Durante 9 meses -tal como ocurre en el caso humano- la vaca ha gestado a su única cría, afianzando su vínculo a diario. Pero tras el nacimiento y el contacto inicial, se fuerza la separación, a pesar de las lamentaciones y quejidos, tanto de la madre como de su desolada cría.

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Obviamente ese ternerito -ya huérfano, asustado y hambriento- no tomará nunca más la leche de su madre que -en el mejor de los casos- apenas probo al nacer. Esta es propiedad exclusiva de los señores industriales. A él se le dará una mezcla de grasa con leche en polvo procesada. Lo que realmente era su alimento se destina al consumo humano. Esta es la esencia del negocio lácteo.
A pesar de la violencia implícita, la industria ha tenido éxito ocultando toda esta crueldad -masiva y sistemática- que perpetra a diario con la anuencia cómplice de nuestras autoridades. Para colmo del descaro, hay empresas lácteas que se muestran ante la sociedad como supuestamente responsables y sostenibles. Puro engaño o greenwashing. Es el cinismo hecho carne o, en realidad, hecho leche.
No leche materna, claro, que es la única que cada animal o persona debería tomar durante sus primeros meses de vida, sino la leche de otro animal, de otra especie, de otro ser sensible, a quién -cabe reiterarse- le arrebatamos su alimento, su madre y -con esto- su bienestar y acaso dignidad.
Si nacen hembras, las terneras tendrán el mismo destino que sus madres. Es decir, su existencia será reducida a servir como mera unidad productiva; una máquina viviente, cuyo ciclo repetitivo de inseminación, gestación, despojo de crías y de leche sólo acabará cuando sea llevada al matadero. Son, de algún modo, embarazadas permanentes hasta que sus explotados cuerpos no aguanten más.

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Si nacen machos, los terneros -incapaces biológicamente de servir a la industria láctea- serán usados como carne de bebé, más cotizada por ser más suave. Para lograr esta suavidad, inmovilizan o encierran al ternerito durante meses para que no desarrolle músculos, se mantenga fofo y engorde rápidamente. Así es privado de moverse, tener contacto con la naturaleza o jugar con sus pares.
En cualquier caso, sea macho o hembra, una vez que llegue al peso ¨óptimo¨, o que la vaca deje de producir suficiente leche, serán llevados al matadero para ser descuartizados -en serie y sin anestesia alguna- y convertidos en filetes, hamburguesas y demás cortes para la parrilla familiar del domingo.
¿Cuánta gente realmente conoce lo que viene detrás del pedazo de carne servido? ¿O de un simple y aparente inocente vaso de leche? Según una encuesta reciente, el 80% de personas ignora estas historias de tortura. Ya enterados sino sorprendidos, cabe preguntarnos: ¿hasta cuándo permitiremos esta locura? Llegará el día en que estas prácticas sean ilegales y la mayoría de humanos nos rehusemos -por ética o compasión- a consumir carne y leche producida así.
Más aún, teniendo ya a disposición alternativas de origen vegetal, como leches de almendras, de avena, de coco, de arroz, de alverja, entre muchas otras, que no implican robar, separar bebés de sus madres y todo el sufrimiento que supone innegablemente. Encima estas alternativas dañan menos el medio ambiente y no llevan rastros de antibióticos y demás químicos que son una amenaza para la salud pública.
La industria láctea y cárnica están advertidas: El internet y las redes sociales permiten que cada día se pueda develar -a su pesar- sus grotescas operaciones y que, tras ello, la gente tome conciencia y opte por alternativas veganas, respetuosas con los demás seres sensibles, incluyendo a las vacas y a sus terneros. Una vez que alguien se entera -por fin- de todo lo que sufren estos nobles animales, tendría que ser muy mala leche para seguir tomando esa leche, ajena.